7 de noviembre de 2004

A María Alicia, eterna compañera

Estas líneas las escribí, me acuerdo, en el apartamento de Julio García. Allí parábamos de paso en Buenos Aires cuando laburábamos en Migración. Eran días de mucho trabajo y nos dábamos un franco cada uno para poder visitar algunos familiares o para preparar un guisito en espera de los otros compañeros. Me acuerdo que me levante con la resaca del día anterior y estaba en aquella hermosa pieza solo. Delante mío una ventana abierta dejaba que mis ojos se perdieran en una inmensidad de cemento con un soleado y tibio amanecer dominical sin mi familia...
Ahí estaba el papel, el lápiz y salió esto:


Domingo,
las ventanas se abren
con motivos.
La mía está abierta ya,
para que alguien la mire,
pero solo mi vista
se pierde en el cemento
lejano y caliente.
No es mi ventana.
La mía se recorta en siluetas
de niña remolona
en mi mujer de siempre.
Me falta el mandato justo,
el techo cercano,
mi desorden.
El lavado que tarda,
el apúrate que ya es hora,
lo extraño y me falta.
Juan está llorando,
el capricho del champión comienza
la discusión que me alimenta
- No puede ser!- digo
pero es lo mío.
Y está lejos pero cerca
y lo quiero y necesito
lo palpo en mi mente
lo siento y me abruma.
No soy extranjero
pero tengo mi patria
solo en la calle
solo a tu lado;
tal vez cocinando
dentro de mis muros,
nuestros muros
que son la patria y parte
de uno que se aleja
y quiere morir
siempre cerca,
siempre dentro
con alcohol y cigarro
tirado en la madera de nuestro parque.
Tirado en el sueño de lo suyo
porque lo mío es lo nuestro.
Y es por eso que allí los dejo
y siempre los encuentro
Por esoy por ella, nada más que por eso
siempre vuelvo.

Gracias Julito por compartir aquellos momentos juntos... muchas gracias.

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